Los periodistas también lloran
Los periodistas también lloran
Tras las noticias que se ven a diario a través de los medios de comunicación, son contadas las ocasiones en las que aprecia lo difícil que es conseguir una nota, y las innumerables dificultades que tanto gráficos, camarógrafos y reporteros tienen que pasar. Esta es la historia de tres periodistas que, siendo aún estudiantes inexpertas, se enfrentaron cara a cara con el difícil mundo de entregar información.
En la foto: Protestas Estudiantiles – Disturbios en la Alameda. Todos corren salvando sus vidas. ¿Son ellos o nosotros?, ¡a correr!.
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“!Corran!, que viene el zorrillo”, y entre todo ese alboroto se escuchaba un silbido, que más bien se parecía al de los ovejeros cuando llaman a sus perros. Era la primera vez que lo oíamos, y no entendíamos porqué lo hacían. “Si no cachábamos una”, dijo Fallón López, una vez que todo había terminado. Así lo afirman sus dos amigas, Ámbar Lillo y la periodista que escribe.
Como “La marcha de los pingüinos” fue bautizada la gran paralización estudiantil del 3 de mayo del 2006. Para la ocasión, nos preparamos con zapatillas y fuimos lo más sport que pudimos. Aunque no sabíamos a qué nos enfrentaríamos, nos dimos cuenta que sería un día difícil. Pensábamos que esa jornada marcaría al país, pero nunca imaginamos que para nosotras sería más que eso.
Llegó el zorrillo. El gas pimienta era insoportable. Finalmente nunca corrimos cuando escuchamos el silbido, porque nunca supimos a qué se debía, y sólo lo hicimos una vez que vimos que la masa de gente se nos venía encima, mientras apresuradas guardábamos todo en la mochila. Nos perdimos. Por mi parte, me refugié en el Banco Santander del sector, pero tuve que salir, ya que todos querían entrar. Comenzaron las convulsiones, pero en esos momentos no me di cuenta que las tenía. No veía nada. Alguien del tumulto, a quien nunca vi para agradecerle, me tomó del brazo y me refugio en el paseo New York.
“¿Dónde está el resto del equipo?”, me pregunté. Si no fuera por la tecnología, quizás aun estaríamos perdidas. Bastó una llamada por celular para encontrarnos en la pileta del paseo New York. Lugar de refugio para muchos, puesto que las fuerzas especiales no pueden entrar con sus carros, por estar protegido por inmensas rejas, las cuales desaparecieron ese mismo día, al ser utilizadas como barricadas.
El gas nos tenía mareadas y decidimos partir. Ya teníamos las fotos y las declaraciones suficientes para entregar los trabajos de la universidad, además de aprovechar un pitutito que nos ofrecían en la revista El Periodista, en la cual, por cubrir las protestas estudiantiles, nos pagarían algún dinero.
“Saquemos la última foto”, y Ámbar saca “la cámara amiga”, una Nikon 7.1 mega pixeles, regalo de su tía gringa en su último cumpleaños. En eso, salta encima de la cámara un tipo alto, buzo azul, flaquísimo. Ella es arrastrada tres metros. Luego de un intenso forcejeo, cae tendida al suelo. La lucha terminó por cortar el cordón que la tenía sujeta a la cámara. No podíamos creerlo.
Corrí tras el sujeto, gritando que lo detuviesen. Todos quienes transitaban en ese momento por calle Moneda se alarmaron. A lo lejos, veo que alguien lo alcanza y lo golpea. Sin embargo, el lanza se zafó y, rápido como atleta olímpico, desapareció entre los estudiantes que se enfrentaban en la Alameda. El sujeto que golpeó al delincuente me mira con cara afligida. Todo fue en vano, perdimos la cámara y nuestro trabajo.
Luego de buscar un largo rato, por si veía al lanza, sonó el celular. Era Ámbar. “Estamos frente a La Moneda”, me dice, su voz tiritaba. Al juntarnos, vi que estaban atónitas y en shock.
Nos despedimos en el metro. Y, aunque perdimos todo el material, lo que no nos robaron fue la experiencia, la dignidad y las ganas de seguir adelante, como las periodistas que queremos ser. VC
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